sábado, 28 de septiembre de 2013

Y de repente Otoño

De una manera casi trágica, el cielo se nubló. Parecía que un mago hubiese enviado una legión de nubes de un segundo para otro. El Sol no tardó en rendirse ante aquel grisáceo enemigo. Sus rayos, antes claros, brillantes y fuertes se tornaron de pronto débiles. La sonrisa desapareció de su candente rostro y su calor perdió intensidad hasta que ni siquiera pudo seguir llamándose calor. Asediado en su castillo celestial, encarcelado en una celda y custodiado por grises guardianes, aullaba de dolor, de ansias de libertad. Se revolvía en su prisión y cada movimiento iluminaba el cielo con un furioso relámpago de ira solar. Pero cada rayo iba seguido del trueno producido por los golpes furibundos de los cenicientos soldados que lo custodiaban, que trataban de reducirlo.
En el resto del castillo, nubes blancas apresadas lloraban de dolor al escuchar la tortura que se producía en aquella celda. Sus lágrimas caían con fuerza sobre la tierra, alertando al mundo de la situación. Pero el turno del reinado del Sol había finalizado y nada sino el tiempo podría remediarlo. Los árboles, incrédulos, dejaban caer sus hojas alfombrando calles, plazas, prados y riberas, esperando que el poderoso cautivo pudiera ver desde las alturas su muestra de apoyo y dolor. Pero seguía preso.
Porque así, con la tortura del astro rey, igual que cada tarde anochece, aquel día otoñeció.

lunes, 22 de julio de 2013

Perfección

¿Sabes qué es la perfección? Yo sí. Perfección era el cielo ardiendo en llamas rosas, estallando en ráfagas violetas para despedir a los últimos rayos de sol. Perfección las nubes anaranjadas fraccionando el cielo con su suave y alargado algodón etéreo. Perfección era su pie rozando la superficie del río, del espejo de agua dulce que capturaba y duplicaba la maravilla que había sobre nuestras cabezas. Perfección su cuerpo cubierto con un fino vestido verde, sus brazos apoyados en la hierba y su cabeza echada hacia atrás con la cascada de rizos castaños mecida suavemente al compás de la brisa veraniega. Perfección eran sus ojos cerrados, su respiración pausada, su imperturbable quietud de estatua clásica y la paz que desprendía. La perfección era saber que el cielo era nuestro y que nadie podría nunca arrebatarnos aquel instante. La perfección era saber que era mía.

sábado, 18 de mayo de 2013

Mil duendes simultáneos.

Cuando mil sensaciones contradictorias se entrecruzan y trenzan en tu mente. Cuando te conviertes en un cúmulo informe de personalidades diferentes que tratan de obligarte a cumplir sus deseos. Cuando una parte de ti quiere decir adiós, darse la vuelta y salir corriendo. Los pies golpeando el suelo con fuerza, los ojos cerrados para evitar que corran las lágrimas y un gemido ahogándose en la garganta, pugnando por librarse de las cuerdas vocales en las que se encuentra enredado. Cuando algo en tu interior se muere por lanzarse a sus brazos, tus ojos saboreando la dulce miel de los suyos y tus labios sintiéndose útiles al fin. El índice derecho muriéndose por rozar el lunar de su oreja y las caderas emocionadas al sentir una mano apoyada en su marcada curva. Los cuerpos pegándose hasta que desaparece el aire que los separa y todas esas sensaciones nublando la mente y desterrando los pensamientos. Cuando tu demonio interior desea lanzarse a su cuello, pero no con pasión sino con odio. Tus dientes afilándose en sus venas palpitantes y tus manos metamorfoseadas en garras hirientes. Cuando darías puñetazos a la pared gritando de rabia porque duele menos ver brotar tu sangre que tus lágrimas, porque el dolor del cuerpo contrarresta y mitiga aunque sea mínimamente el del alma. Cuando piensas el amarillo puede brillar y ser oscuro a la vez. Entonces es cuando te das cuenta de que sólo eres un duende harto de caerse de su nube; cuando por primera vez desprecias la Inspiración al ver que acompaña a los llantos y no a las risas; cuando alzas los ojos al cielo y deseas de una vez por todas ser feliz.

martes, 16 de abril de 2013

No sólo en las nubes hay poesía

Hay una canción sobre una flor que crece en una ciudad. Dice que entre cemento no existe poesía. Pero se equivoca. No ha buscado bien. Poesía hay por todas partes, aunque a veces se mezcle y se confunda. No estoy hablando de versos garabateados un una pared, aunque los hay. No hace falta hablar de versos para referirse a la poesía. Hablo de escuchar el canto de los pájaros y sentir el sol en la cara en esas horas en las que apenas hay tráfico ni gente en la calle. Hablo de presenciar el mágico momento en el que se encienden a un tiempo todas las farolas de una misma plaza. Hablo de sentarse en un banco y sentir las vibraciones de la melodía que toca un músico callejero. Hablo de pararse a observar como un plástico olvidado danza al compás del viento. Hablo de pasear por una calle ancha rodeada de árboles altísimos y de correr levantando con los pies las hojas que el otoño ha hecho caer. Hablo de respirar el frío aire invernal al pasar junto a una fuente helada. Hablo de sentir en la piel los primeros rayos de la primavera mirando las pequeñas flores que decoran la hierba del patio del instituto. Hablo de refugiarse del sol abrasador del verano bajo la sombrilla de una terraza o junto al río. Hablo de sentarse a leer en un embarcadero y de meter los pies en el agua.
¿Que para ti eso no es poesía? ¿Que siempre estará manchada por el ruido de los coches o la gente que camina con prisa? Hay que saber limpiarla y verla en todo su esplendor, quedarse con lo bueno.
Si eres capaz de ver la poesía entre el cemento, eres capaz de ser feliz, por mucho que cierta flor opine lo contrario.


jueves, 10 de enero de 2013

Danzante

Sentada en la silla y apoyada sobre la mesa. Mil cosas en la lista de tareas y, sin embargo, sólo escucha música. Canciones recién descubiertas deslizan sus notas por los oídos del duende. Y de repente una en concreto comienza a provocar sensaciones. Sus ojos se cierran y sus dedos comienzan a golpear el blanco tablero de la mesa al ritmo de flautas, violines y guitarras eléctricas. La cabeza comienza a moverse sola de un lado a otro, primero despacio con la introducción y más rápido cuando la melodía irrumpe y se acelera. De pronto y sin que sepa muy bien por qué está de pie. Los ojos cerrados, los pies descalzos y por única ropa una enorme camiseta vieja. Y baila. Sus pies comienzan a golpear el suelo rítmicamente. Los brazos se despegan del cuerpo y se mueven dibujando ondas en la habitación. No ve nada, sólo oscuridad pues sus ojos siguen cerrados. La música penetra en cada nervio de su cuerpo y hace que se suma en un mágico trance en el que baila sin descanso. Sus pies se despegan del suelo como si quisieran hacerla volar. Gira sobre sí misma, salta, mueve los brazos, se agacha... Cada golpe que las baquetas asestan a la batería es un nuevo paso de baile. La flautas llevan la melodía de sus sueños. Y ella continúa bailando cada vez más rápido siguiendo las notas cuando estas también aceleran. Y cuando se produce la explosión final deja caer los brazos y se estremece.
Sólo entonces abre los ojos. Desde el quicio de la puerta se asoma él. Sus ojos fijos en ella, una sonrisa en su rostro. Ella quiere que se la trague el suelo. Pensaba que estaba sola mientras se entregaba a su trance pero una mirada se había entrometido.
Él piensa que nunca la había visto tan libre, tan hermosa, tan pura, tan feliz, tan mágica. Se acerca a ella y simplemente la besa.